Mis recuerdos sueltos
Recortes de pensamientos y recuerdos
lunes, 29 de agosto de 2016
A diez años de la muerte de mi madre
Hoy, 29 de agosto, hace diez años, murió mi mamá. Fue una gran mujer: valiente, tenaz, cariñosa, muy dicharachera y muy alegre. Una gran cocinera y muy hábil para todas las labores manuales: bordaba, tejía, cosía, pintaba al óleo y al carbón, era una artista, sin duda. Todos los que la conocían se hacían sus amigos, pues tenía un carácter muy amable y agradable.
Ha pasado el tiempo muy rápidamente y hoy, en el décimo aniversario de su partida, sentí que podía ser un buen día para escribir acerca de su muerte.
Fue el 4 de julio del 2006 cuando mi mami se rompió la cadera al estar subiendo las escaleras de casa de mi hermana Ana Paula. Yo tenía planeado salir el día 6, con mi familia, hacia Valencia, para asistir al V Encuentro Mundial de las Familias con el Papa, así que me ofrecí a hacerme cargo de ella en el hospital, los días 4 y 5, pues después (al irme a Valencia) tendría que dejarla encargada con sus otros cuatro hijos (mis hermanos).
Ana la había llevado ya al hospital ABC en donde la atendió un doctor muy bueno, cuyo nombre no recuerdo, quien le sacó todas las placas, vio que estaba la cadera rota, la inmovilizó y me aconsejó sabiamente.
Me dijo:
– Podemos operarla y cambiarle la cabeza del fémur por una de titanio. Pero también podemos dejarla inmobilizada un mes y esperar a que su fémur suelde por sí solo.
Le pregunté qué haría él en mi lugar y me dijo:
– Si fuera mi mamá, yo no la operaría, pues una operación a los 79 años puede tener muchos riesgos. Pero ustedes decidirán, pues depende mucho del dolor y de la paciencia de su mamá.
Uf... estuve con ella el día 4, el 5 y la mitad del 6 en el hospital. Acompañándola y ayudándola a ser fuerte y paciente para evitar la operación. No estaba nada fácil, pues mi mami gritaba y quería mover su pierna.
En fin... me fui a Valencia la noche del 6 de julio y dejé a mi mami bajo el cuidado de mis hermanos.
Estando en España el doctor me llamó para avisarme que mis hermanos habían decidido operarla. ¿Cómo oponerme estando tan lejos? ¡Por supuesto que no! Algo habría movido a mis hermanos a tomar tal decisión y yo la respetaba y apoyaba.
La operación fue todo un éxito. El fémur pegó muy bien y, unos días después, mi mami ya estaba en casa de mi hermana Ana Paula, bajo el cuidado de una enfermera y una terapista.
Ahí estuvo casi dos semanas, el tiempo que yo me tardé en volver de Europa.
A mi regreso me la llevé a mi casa. Estaba muy bien de su pierna, ya caminaba con su andadera y a muy buena velocidad. Pero no estaba nada bien de su cabeza: decía cosas muy extrañas, como:
– El doctor me dejó una grapa radioactiva aquí (y se señalaba la barbilla)
Revisé la bitácora de las enfermeras y descubrí, con tristeza, que le habían estado administrando, durante más de quince días, tres veces al día, un narcótico fortísimo que el doctor sólo había recetado para los dos primeros días al regresar del hospital. No puedo asegurarlo, pero sospecho que es muy probable que el daño de su cerebro se haya debido a esa sobredosis durante tantos días. En fin... ya el daño estaba hecho y había que tratar de repararlo.
Se ponía muy violenta contra las enfermeras, acusándolas de ladronas y de que la habían lastimado. Era su imaginación, por supuesto. También se ponía violenta conmigo, como niña caprichosa, exigiéndome que la llevara al hospital a que le quitaran "la grapa radioactiva", o al Café O, en todo momento, sin importar la hora.
Uno de esos días accedimos a llevarla al Café O, creyendo que con eso se tranquilizaría, pero no fue así. Pidió todo lo que se puede pedir y más . Pagamos una cuenta grandísima y al final, nos dijo que ése no era el Café O al que quería ir; que era otro que estaba en el Parque Polanco.
Otro día me pidió que la llevara al salón de belleza, diciendo que quería que la acompañara Fer, mi hija, que en ese momento tenía 12 años. Ay... la mandé y las señoritas del salón se aprovecharon al verla ya muy malita de su cabeza, diciendo locuras e incoherencias. En lugar de sólo pintarle el pelo y peinarla, inventaron hacerle todo lo que se le puede hacer a una mujer en un salón de belleza: corte, pintura, peinado, alaciado, secado, enchinado, depilado, manicure, pedicure, luces. A ella y a mi hija. La cuenta fue como de $8,000 pesos. Me quise morir.
Una noche que caía una tormenta terrible, me desperté de repente oyendo el golpeteo de su andadera en plena madrugada. Bajé y vi que se había salido al jardín en medio de la tormenta. Le pedí que se metiera a la casa, pero no quería (se oponía de manera violenta) pues decía que el doctor había quedado de recogerla en un helicóptero para llevarla y quitarle la grapa radioactiva. La tuvimos que meter a fuerzas entre mi marido y yo, casi cargándola hasta su cama.
Fue muy duro tener que portarme brava con ella, obligándola a comer, a vestirse, a caminar... porque de repente quería hacer locuras y había que impedírselo.
Mi mami, tan linda... ¡todavía la extraño!
Marimar, mi hija, se encargaba de tratar de estimular su cerebro, jugando con ella Dominó, Damas Chinas y Memoria y haciéndola que armara rompecabezas. Pero duró poco el estímulo, pues Marimar se fue a Alemania en esos días.
Algo muy simpático, habñando de los juegos, era que cuando jugábamos Scrabble con mi mami, formaba unas palabras larguísimas sobre el tablero (por supuesto poniéndolas donde no se debía), pero casi siempre eran palabras relacionadas con la violencia: "narcotráfico", "armamento", "secuestrador", "rehenes" y cosas por el estilo, que nos llamaban mucho la atención y nos hacían sonreir.
Fue muy duro, muy cansado, pero muy lindo tenerla en la casa ese tiempo. La convivencia con mis hijos fue una verdadera bendición. Vino un sacerdote a confesarla y darle la unción de los enfermos. Rezaba con nosotros el rosario todos los días y, le gustaba tanto, que ella era quien hacía la convocatoria al rezo después de cenar.
El domingo 27 de agosto teníamos que ir a misiones a San Gabriel Ixtla. En la mañana, al entrar al cuarto a despedirme de ella, cuando ya toda la familia estaba en el coche esperándome, me dijo que le dolía mucho la cabeza, cerca de la nuca. Sin imaginarme la gravedad del asunto, le pedí a la enfermera que le diera un analgésico y me fui.
Apenas habíamos llegado al pueblo, cuando recibí una llamada de mi hermano Ismael, quien me informaba que mi mami había tenido un derrame cerebral y que estaba sin sentido en el hospital ABC de Santa Fe.
Le dije:
– Voy para allá ahora mismo, Mailo. Sólo te encargo que no la vayan a entubar, por favor.
Me respondió:
– No, no te preocupes.
Le llamé a mi súper-amiga, la Dra. Pilar Calva, la mejor asesora del mundo en momentos de crisis, para pedirle que fuera a acompañar y asesorar a mis hermanos en lo que yo llegaba. Es súper disponible y llegó de inmediato.
Llegué al hospital como una hora después. saludé a mis hermanos y a mi papá que estaban en la cafetería platicando con mi amiga Pilar y entré al cuarto donde tenían a mi mami. Estaba tendida en una camilla, inconsciente, dormida, en paz, respirando por sus propios medios. En una pantalla en la pared estaban colgadas las placas que habían tomado de su cerebro. ¡Uf! ¡Casi se podía ver escurrir sangre de ellas! Había sido una verdadera explosión del encéfalo, que se veía absolutamente destruido en las placas. Le dije algunas palabras cariñosas tomándola de la mano. Le di un beso y salí del cuarto, pues me llamaron para que llenara algunos formatos administrativos. Me tardé sólo unos minutos y cuando regresé... ¡la habían entubado!
No lo podía creer... ¡malditos comerciantes de la American British Cowdray que se atreven a lucrar con la enfermedad y el dolor humano!
Llamé al doctor y lo cuestioné acerca de su decisión arbitraria al entubarla. Él, cínicamente me respondió:
– Es que es lo que sigue en estos casos: entubarla para meterla a terapia intensiva.
Ay... No podía yo con el coraje y le grité:
– ¡Falso! Lo que seguía naturalmente era la muerte. Las placas muestran que no había nada más que hacer con ese cerebro explotado, más que esperar la muerte. Una muerte tranquila, así, dormida y respirando por sus propios medios, tal como estaba antes de que usted decidiera entubarla. ¡Se ha portado como un idiota! Ahora ¿qué vamos a hacer?
– Llevarla a terapia intensiva, pues con el respirador ya no puede estar aquí.
– ¿Y que nos cobren $100,000 por hora por mantenerla viva artificialmente no sé cuánto tiempo? ¡De ninguna manera! Me la llevo a mi casa a que muera en su cuarto, calientita, rodeada de sus nietos y no en un frío cuarto de hospital, sola y llena de tubos.
– Pero no podemos quitarle el respirador.
– Ya lo sé. Me la llevo con todo y respirador.
Fue todo un show. Me hicieron firmar mil papeles queriéndome hacer sentir asesina por sacar a mi mamá del hospital. Aún así me la llevé. No quería dejarles ni un centavo más a esos comerciantes del ABC, quienes por 8 horas que había estado en el hospital, le habían hecho pagar a mi hermano Luis Felipe, una cuenta de más de trescientos mil pesos.
Logré sacarla cuando ya eran cerca de las nueve de la noche. Me la llevé con todo el equipo de terapia intensiva y así la instalé en el cuarto que habíamos adaptado para ella en la planta baja de mi casa.
Sólo me duró mi mami un día más, en el cual pude platicarle y leerle el Evangelio y murió en la madrugada del martes 29 de agosto.
La velamos en mi casa, en donde fue también la misa de cuerpo presente. Rezamos el rosario en familia, con todos los niños alrededor de su cuerpo que yacía inerte sobre la cama. Fue una oportunidad muy valiosa para explicar a mis hijos el sentido de la muerte y que la vieran como algo tan natural como el nacer.
Al día siguiente vinieron por su cuerpo para cremarlo y depositamos sus restos en el Panteón Francés.
Diez años han pasado desde entonces y, de verdad, la sigo extrañando. Sí, me hace falta, pero tengo la confianza de que está en el cielo y que, con la misericordia de Dios ante mi pequeñez y mis muchos pecados, podré reunirme con ella de nuevo muy pronto.
Ma'... ¡desde allá pide por nosotros a Dios! ¡Que nos conceda el don de la reconciliación y el perdón fraterno! AMÉN
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